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La discrepancia no impide reconocer que Carles Puigdemont ha sacrificado su vida por la causa polÃtica que defiende desde muy joven. Con ello se ha ganado la fama de 'no surrender" que desde el año 2017 se ha convertido en su principal patrimonio polÃtico. Cuando en las elecciones de diciembre de ese año, convocadas tras la aplicación del artÃculo 155, logró superar a Esquerra y hacer presidente al imprevisto Quim Torra, consiguió una capacidad de maniobra en el espacio polÃtico de lo que habÃa sido Convergència solo comparable a la que habÃa tenido Jordi Pujol. Y lo ubicó en el campo independentista de manera prácticamente irreversible. En el camino, los obligó a mantener posiciones inéditas en su historia: renunciar a investir a un presidente del Gobierno de España pudiendo hacerlo, dejar de defender acrÃticamente las posiciones de las patronales o abandonar el gobierno de la Generalitat. Todo ese periplo pareció que recuperaba todo el sentido tras las elecciones generales de julio del año pasado cuando dio el paso de investir a Pedro Sánchez a cambio de algo que todo el mundo estaba convencido de que nunca le iba a conceder: la amnistÃa. Con este bagaje, Puigdemont decidió volver a presentarse el 12-M para humillar a quienes habÃan dudado de su estrategia en su propio partido, a su antagonista en el campo independentista (Junqueras) y al gran rival polÃtico de su formación, Salvador Illa. Hasta el escrutinio del domingo por la noche, parecÃa un mago capaz de convertir en poder todo lo que tocaba si la justicia no se lo impedÃa.
Cuando Gaudà aceptó en 1884 tomar las riendas del templo, insistió en colocarlo en diagonal. No sabemos si por hacer la puñeta a Cerdá o para ensalzar su magna obra. De haber sido asÃ, ahora nos ahorrarÃamos este problema. Pero como parte de la cimentación estaba hecha, aceptó la actual alineación. En un plano original de 1917 firmado por él, lo encaja en una sola manzana, pero ya cabalga sobre la calle Mallorca para salvar el desnivel y dibuja la polémica escalinata. Pero apenas afectando una parte del solar enfrentado. Eso sÃ, dejando los patios interiores de manzana abiertos hasta llegar a la calle Aragó, para ganar visibilidad. De Dios y de los hombres.
No sé qué dirá la historia, pero los periodistas no somos historiadores. Y Puigdemont -guste o no- es un personaje. Nunca ha ganado las elecciones catalanas. Era solo alcalde de Girona en 2015, cuando fue ungido por Mas tras su pas al costat por el veto de la CUP. En las elecciones de 2017 -las del 155- perdió ante Inés Arrimadas, pero ganó a Junqueras. En las de 2021 perdió ante Illa y Aragonès. Y ahora ha ganado a Aragonès, pero ha sido batido -holgadamente- por Illa.
Los datos ya contrastados permiten hablar de una genuina eclosión de habitaciones en régimen de alquiler, cuya oferta en número de unidades ya supera a la de pisos completos en arrendamiento. Una opción que se convierte en la única alternativa para demasiados colectivos y que refleja preocupantes dinámicas, que vienen consolidándose en las grandes ciudades. Tras todo ello, una suma de fragilidades que conviene reconducir para evitar que la marginalidad siga arraigando.
Tengo la suerte de rodearme de personas muy sabias y de todas las edades. El pasado lunes cumplà cincuenta años y en mi fiesta habÃa amigos de todas las edades. Pero si tengo que escoger, me gusta rodearme de personas más mayores que yo. Me gusta aprender, entender y disfrutar de la vida. Mi amiga Mont Plans, excelente persona y actriz mÃtica, me felicitó diciendo: Hacerse mayor es maravilloso, envejecer no tanto. Y qué razón tiene. No sé quién nos hizo, pero ese ser con clÃtoris que nos engendró, decidió que nos harÃa nacer muy tontos pero con un cuerpo divino y, conforme fuéramos envejeciendo, ganarÃamos sabidurÃa pero nos empezarÃa a doler todo. Y asà es. Parece que cuando ya lo has aprendido todo de la vida y puedes empezar a hacer las cosas bien, es cuando te quedan tres telediarios. No es nada justo. Pero asà es la vida: Injusta!
En el cartel electoral de Junts, Carles Puigdemont mira por la ventana de un coche en marcha con un rictus ambiguo, ni de sonrisa triunfal ni de lamento fatalista. Lleva el cinturón puesto y muestra su alianza de compromiso. Del mismo modo que no podemos afirmar si está contento o triste, no sabemos si va o vuelve. De hecho, como no maneja el volante, sino que viaja de pasajero detrás del conductor, no sabemos ni siquiera si quiere ir o si lo llevan, si ha dado una dirección o el chófer simplemente coge rotondas y carreteras haciendo tiempo hasta recibir instrucciones.
En su dÃa se dijo que Puigdemont querÃa emular a Tarradellas. HabÃa una notable diferencia en los papeles de ambos como exiliados. Tarradellas iba por libre y se deshizo de toda atadura partidista mientras Puigdemont ha hecho justamente lo contrario, al punto de ejercer como monarca absoluto de Junts. Gobierna el partido como el capataz la finca. Luego, para más inri, está su visceral animadversión por el resto, en particular con la ERC de Junqueras. Su entorno confiesa que no puede con él, le saca de quicio. Es mentar el nombre del republicano y enrojece de cólera.
Me puse a hablar con alguien antes de la presentación de un libro, y cuando terminábamos, y buscábamos un lugar en el que sentarnos, me preguntó si le facilitarÃa mi número. Se lo empecé a dar, pero me interrumpió. «El móvil, no, perdona. Me gusta llamar a los teléfonos fijos, ¿no tienes?». Me interesó esa actitud porque me atraen las manÃas inexplicables, como la de leer la página 99 de los libros antes de empezarlos desde el principio, o la de cenar todos los dÃas lo mismo. «Por supuesto que tengo», le dije, «pero no me lo sé. Y eso no es lo peor: desconozco dónde está». Entonces, le conté mi vida, o al menos una parte: hace unos meses, harto de recibir llamadas promocionales, inscribà mi número en la lista Robinson. El resultado fue fulminante: dejó de sonar. Al mismo tiempo, el aparato desapareció y en algún momento debió de agotársele la baterÃa.
Es lo más habitual que después de unas elecciones los perdedores se presenten como ganadores, especialmente para dificultar que los que realmente han ganado lleguen al poder. Hace tiempo que en la polÃtica catalana no se practica el 'fair play'. Ha ocurrido con la votación del pasado domingo y se va expandiendo con estruendo, con lluvias y descargas eléctricas. Todos han ganado, nadie ha perdido. Salvo entre los votantes más atentos a la excepcionalidad catalana, la perplejidad se contagia. Se alza el telón y no hay nadie.
Los polÃticos que asumen la responsabilidad de los malos resultados electorales merecen reconocimiento. No es frecuente. Pere Aragonès anunció este lunes que no recogerá el acta de diputado y dejará la primera lÃnea polÃtica cuando haya un nuevo presidente de la Generalitat. Esquerra ha vivido en esta última legislatura dos cosas de las que no habÃa disfrutado nunca desde la recuperación de la Generalitat: ostentar la presidencia y gobernar en solitario. Y no ha sido el paraÃso que soñaban sus dirigentes. Han pasado de 33 a 20 diputados y de la segunda a la tercera posición quedando por detrás de Junts, su rival en el campo independentista. ¿Es atribuible esta debacle a Aragonès? Rotundamente, no. El resultado del domingo es simplemente la traslación al Parlament de lo que le ha ocurrido al partido en el actual ciclo electoral, tanto en las municipales como en las generales. Ernest Maragall, que pasó de 11 a 5 concejales, se retiró, pero Gabriel Rufián, que perdió casi la mitad de la representación, sigue allÃ, por no hablar de los alcaldes que obtuvieron peores resultados que la media de la formación y, en lugar de dejar la primera lÃnea de la polÃtica, fueron ascendidos a directores generales de la Generalitat. Aragonès ha perdido un tercio de los diputados. La catarsis que ha empezado con él tendrá muchos más capÃtulos en las próximas semanas y meses. Quizás ha llegado el momento de que empecemos a considerar a Esquerra y empiece a considerarse a sà misma como un partido de gobierno porque ha tenido consellers en 7 de las 13 legislaturas catalanas y en otra formó parte de la mayorÃa de investidura.
Hace un año estuve en Ripoll, en el pleno de constitución del nuevo ayuntamiento. Después de una semana muy agitada, gracias a una inesperada maniobra de Junts, SÃlvia Orriols fue proclamada alcaldesa. En el juramento como concejales y en la toma de posesión del cargo, los miembros de Aliança Catalana protagonizaron un esperpento nacionalista de vergüenza ajena. Un batiburrillo, en fin, de ancestrales derechos que nadie sabÃa de dónde procedÃan, bajo la protección del espectro de Guifré el Pilós, con barretinas incluidas. De aquel espectáculo, y de los posteriores comentarios que oÃ, saqué la conclusión que el ascenso de Orriols era una especie de broma (muy) pesada para los habitantes de la condal villa, estupefactos ante el nulo vuelo ideológico y los escasos recursos intelectuales de la nueva alcaldesa y de sus acólitos. "No quiero ni pensar qué habrÃa pasado", me dijo un concejal de la oposición, "si hubieran tenido una base más sólida". Sin embargo, resulta que uno de los secretos de Aliança Catalana fue (y es) precisamente este: la simplicidad de sus planteamientos polÃticos y el escaso trasfondo teórico, más allá de proclamas como la reivindicación de un Estado independiente, seguro y occidental. Un Estado occidental: la traslación del eje obvio de la geografÃa a las coordenadas rituales de la civilización, según ellos, atacada por las turbas que amenazan con la gran sustitución, también conocida como le grand remplacement.
La victoria del PSC y la pérdida de la mayorÃa del independentismo eran las dos premisas imprescindibles para abrir una nueva etapa en Catalunya. Pero no suficientes. El pasar página esgrimido por Salvador Illa no depende tan solo de la correlación de fuerzas en el Parlament, sino también de la predisposición polÃtica de los dirigentes de los dos bloques en hacerlo posible. Las primeras reacciones no ofrecen ninguna señal que permita pensar que los perdedores electorales vayan a aceptar la transversalidad polÃtica como fórmula para salir adelante, ni mucho menos que vayan a abrazar la polÃtica de reconciliación que Pedro Sánchez da por ganadora.
Las elecciones vascas (han pasado tres semanas y ya nadie se acuerda de ellas) se saldaron con más nacionalismo y más izquierda, además de con una sólida estabilidad de gobierno allà y ningún riesgo para la legislatura española. Los comicios catalanes del pasado domingo, sin embargo, han arrojado un resultado muy diferente. Pese al inapelable triunfo del PSC, se ha producido un ascenso notable del voto de derechas y del voto no soberanista, no están claros los apoyos con que cuenta el socialista Salvador Illa para llegar al Palau de la Generalitat, tampoco si conseguirá hacerlo, y Carles Puigdemont sigue empeñado en ser restituido como president, pese a no tener mayorÃa para lograrlo. Mientras, ERC ha quedado noqueada y sin saber qué camino tomar.
Ocho años de prisión y flagelación y un viento árido y ácido nos escupe a la cara. Un viento que parece salir de las tumbas de la historia. Aunque, en realidad, nunca se enterró del todo. De un modo u otro, la violencia de los estados sobre los ciudadanos sigue presente. Otra cosa es que haga ostentación de ella. Que sea anunciada y retransmitida. Utilizada como escarmiento público. Como advertencia para el resto de la población. Como postigo cerrado a cualquier ensoñación de libertad.
Al enterarme de la muerte de Paul Auster, conté en un tuit: "Yo era una joven periodista desconocida en Nueva York el dÃa que fui al PEN Club para tratar de entrevistar a Salman Rushdie. Rushdie tenÃa un mal dÃa. Pasó de mÃ. Me gritó que me fuera. Paul Auster asistió desolado a la escena y con majestuosa timidez me preguntó si me 'conformaba' con entrevistarle a él. Lo hice, a salto de mata y casi tiritando. Años después, pude entrevistarle más despacio y como Dios manda. Hoy ese recuerdo es un tesoro"... Ese tuit lleva ya más de 488.500 reproducciones y 5.000 'likes'. Eso es muchÃsimo más que ninguna otra cosa que yo haya podido escribir jamás sobre polÃtica ni sobre nada.
Corresponde a Illa conseguir apoyos para convertirse en el tercer president socialista. Si quiere a las izquierdas, tendrá que desbordar su estricto programa electoral. Es decir, encontrar puntos de intercesión también con el operador republicano para explorar la singularidad de la financiación, no desvirtuar el traspaso pactado de Rodalies, ponderar macroproyectos disonantes y garantizar la continuidad de los avances del Govern Aragonès. Una empresa que tendrá que garantizar la continuidad de la mesa de negociación entre gobiernos y el sudoku parlamentario del Congreso.
La primera noticia que he tenido de que hay un ministro llamado Bustinduy, ha sido por la carta que mandó a las empresas españolas que trabajan con Israel. Ignoro si antes el ministro Bustinduy ya existÃa, a mi ese nombre me suena a un hÃbrido entre el futbolista Bustingorri y el cantante Bunbury, asà que yo no tengo la culpa de verlo caer. En el ridÃculo, digo. Según parece, Bustinduy es ministro de una cosa que se llama Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, uno añora los tiempos en que los ministerios tenÃan nombres normales -de Transportes, de Educación, de Obras Públicas o de Asuntos Exteriores-, ni que sea porque no consigo ver la relación entre el consumo y los derechos sociales, tal vez consumir según qué sustancias me ayudara a verla. Por no hablar de la agenda 2030, que ni siquiera sé qué significa. Por aquel entonces, además, los ministros lucÃan apellidos tan normales como su negociado, lo cual facilitaba a los ciudadanos llevar una vida igualmente normal.
Si no fuese porque los usuarios del servicio de la red de Rodalies ya tienen colmada su capacidad de asombro, irritación e incomodidad, la suspensión de todo el servicio tras el incidente del domingo en Montcada-Bifurcació habrÃa suscitado un escándalo mucho mayor del que ya ha supuesto. Aún no se puede prever cuáles serán las consecuencias precisas, hasta qué punto serán suficientes las medidas alternativas ya puestas en marcha y a qué ritmo se podrán seguir recuperando los itinerarios y frecuencias, en un proceso progresivo que ya empezó este lunes. Pero la malhumorada resignación forma parte ya, tras décadas de promesas, del manual de uso del transporte público ferroviario. Como forma parte del paisaje, también, el intercambio de acusaciones entre administraciones sobre cuáles son las causas, responsabilidades y soluciones tras cada incidente.
Salvador Illa ha logrado pasar página al ganar las elecciones con claridad. El 27,5% de los votos y 42 escaños (de los 135 del Parlament) frente al 21,65% y los 35 de Junts. Un 6% y siete escaños de distancia. Es la primera vez que el PSC gana estas elecciones en votos (ya fue asà el 2021), pero también en escaños. Entonces empató a 33 con ERC.
La victoria de Salvador Illa no ha sido un vuelco, ni tampoco producto de un brusco giro de los acontecimientos. A lo que hemos asistido es a un progresivo deslizamiento de tierras, un cambio a cámara lenta. Algunos atribuirán su éxito al insólito paréntesis de Pedro Sánchez para reflexionar sobre si continuar o dejarlo. Seguramente, Sánchez ha tenido su efecto, pues en Catalunya tiene un público receptivo a sus peripecias. A mÃ, personalmente, lo que me gustarÃa resaltar -no lo he visto muy mencionado en ninguna parte- es la dimensión disruptiva del estilo de Salvador Illa, pues el candidato socialista ha conseguido situarse donde ahora se encuentra -es quien tiene más opciones de ser el próximo presidente de la Generalitat- gracias a una estrategia totalmente opuesta a la polarización que tanto se lleva hoy en España, Europa y el mundo. Illa ha aplicado una manera de hacer serena, constructiva, pacificadora. Y le ha salido bien. Lo común, en los dÃas que corren, es abonarse al insulto, la simplificación grotesca y la demonización del adversario. Por supuesto, la amnistÃa ha venido a vigorizar enormemente la estrategia del socialista.
El 12M sucedieron muchas cosas, pero la más relevante es que la ciudadanÃa entregó el certificado oficial de defunción del procés’. El independentismo por supuesto no muere, pero sà lo hace su mÃstica. Puigdemont crece en escaños, pero ni siquiera absorbe toda la caÃda de Esquerra, pierde el plebiscito que él mismo se autoimpuso contra el PSC, y se deshace la leyenda del presidente restituido. La debacle de Esquerra es doble, porque se desangra doblemente por la izquierda y por el flanco del independentismo militante, que la castiga sin piedad. El resultado es que tras la debacle, el soberanismo pierde casi un millón de votos respecto a 2017, y se cierra asà el relato dominante de la última década. Se terminaron los dÃas históricos, el unilateralismo, la pretendida mayorÃa del 52%, las DUIs que nunca fueron, el referéndum, el acuerdo de claridad y todo el sinfÃn de trucos de magia que han marcado los últimos años de la polÃtica catalana. La receta antiinflamatoria de los indultos y la amnistÃa de Pedro Sánchez se ha impuesto como una estrategia mucho mejor que los piolines y los jueces afines del PP, y se abre ahora un nuevo e inédito escenario en Catalunya.
Illa gana, Puigdemont resiste, Aragonès se hunde: este es el titular primario de la noche electoral que, pese a clarificar la situación, deja todas las puertas abiertas. De entrada, parece obvio que Salvador Illa es quien tiene opciones de ser president, no en vano ha superado los tres objetivos que tenÃa fijados: ganar en votos y escaños; romper la mayorÃa soberanista y reforzar la presidencia de Sánchez. Pero, a pesar del triunfo indiscutible, no está claro que logre el cuarto objetivo: ser investido president. Es aquà donde se abren cuatro escenarios que son difÃciles ya la vez posibles, certificando la enorme complejidad de la realidad catalana.
DÃas de llamadas telefónicas en 'off' y tentativas para formar un Govern. Salvador Illa ha ganado con educación. La polÃtica hace tiempo que dejó de ser correcta. Improperios e hipérboles por un tubo. Hay que dar caña si quieres un titular o un corte de voz en la radio o en la tele. Ese es el mayor logro de estas elecciones, la victoria de un candidato cortés que no renuncia a decir las cosas claras.
Algunas ideas nacen con tanta fuerza que son insostenibles en el tiempo. Generan una ilusión desbordante, y de repente se desploman. Todos sabemos qué es tener una idea buenÃsima que al poco abandonamos porque empieza a parecernos lo contrario, sospechosamente. Hace unos años, un amigo que en algún momento aspiró a escribir, me enseñó una libreta en la que habÃa anotado decenas y decenas de ideas que pretendieron ser el nacimiento de una novela: una primera frase, un argumento, un personaje, una situación, un lugar, una anécdota. Una novela despunta de muy distintas e imprevisibles formas. Pero lo importante es que continúe, y en aquella libreta nada pasaba del comienzo.
Me gustarÃa elegir conscientemente por quién preferirÃa ser desinformado. No votamos tanto a los lÃderes que más posibilidades nos ofrecen de arreglar, pongamos por caso, el problema de las listas de espera de la sanidad pública como a los que más se parecen a nuestros padres. O a los que más se alejan de ellos, que viene a ser lo mismo. Hay una simetrÃa increÃble entre la adhesión inquebrantable y el rechazo unánime. Tampoco es raro que quienes empiezan rechazando unánimemente a sus progenitores acaben, con el paso de los años, adheridos a ellos de forma inquebrantable. Y viceversa. De ahà los fichajes polÃticos y cambios de chaqueta que se ven de vez en cuando. Los que van en una dirección se equilibran con los que vienen de la otra y de este modo el dualismo acerca de quién deseas que te engañe se mantiene en buena forma.
La sociedad catalana que emerge de las urnas de ayer resulta ser la menos nacionalista de los últimos 40 años y una de las más conservadoras de las dos últimas décadas. La primera de estas constataciones se expresa en el profundo retroceso independentista la forma que adopta hoy el nacionalismo catalán que pierde la mayorÃa y cerca de un millón de votos. La segunda se pone de manifiesto en la debacle que sufre ERC, que se suma al retroceso de los Comuns y de la CUP. Una pérdida de 17 escaños que no compensa los 9 ganados por Salvador Illa. Sumada a la nueva extrema derecha de Aliança Catalana, la derecha cuenta con 63 escaños, algo que también resulta ser una novedad para una sociedad que, a caballo del victimismo y del 'procés', se creyó más de izquierdas de lo que era.
Los catalanes han decidido cambiar el paso después de una década larga de 'procés'. La clara victoria del socialista Salvador Illa, el hundimiento de los independentistas y el ascenso del PP configuran un Parlament muy diferente al que ha llevado a Catalunya a un callejón sin salida desde 2012. Hasta la participación en las elecciones de este domingo, de apenas el 58%, indica que la efervescencia polÃtica que ha vivido la comunidad forma ya parte del pasado.
'Riddikulus'. En el mundo de Harry Potter, es un encantamiento que sirve para defenderse de los boggarts, seres mágicos que toman la forma de aquello que más se teme. Asà anda Joanne Rowling (Gloucestershire, Reino Unido, 58 años), más conocida como J. K. Rowling. La autora de la saga mágica que enfrenta al malvado Lord Voldemort con su antagonista Potter en la madre de todas las batallas lleva años enfrascada en otra guerra, a veces dialéctica, a veces tuitera, contra el mundo transgénero. HabrÃa sido otro de tantos respetables puntos de vista TERF (acrónimo inglés de feminista radical transexcluyente’), que considera el sexo biológico como inamovible el debate entre sexo y género, como se nace y como se siente pero destaca su vehemencia, acaso por propia voluntad, acaso porque entra al trapo de todas las polémicas. Su comentario más reciente, el último de muchos desde que en 2019 saliera en defensa de una investigadora británica despedida por sus tuits transfóbicos, dispara directamente a varios actores de la versión cinematográfica que han salido en defensa de los derechos de las personas transexuales, los nuevos boggarts del mundo muggle (el mundo no mágico) de la escritora. Rowling escribió: «Las celebridades que se acogieron a un movimiento que intentaba erosionar los derechos de las mujeres conquistados con tanto esfuerzo (...) pueden guardar sus disculpas para los traumatizados detractores y las mujeres vulnerables que dependen de espacios de un solo sexo».
Victoria inapelable del socialista Salvador Illa en las urnas catalanas este domingo. Ha ganado en votos. Ha ganado en escaños. Ha dejado al independentismo en debilidad extrema sin hacer demasiado ruido. Ha querido compartir el éxito, públicamente y sin matices, con el presidente Pedro Sánchez a quien agradece las polÃticas arriesgadas adoptadas en Catalunya (mesa de diálogo, indultos, reforma de la sedición, amnistÃa). Ha buscado Illa desde la noche del domingo electoral tender la mano a casi todos -avisó que no hablará con los ultras- siendo consciente de que los números no le dan para lanzarse a la aventura solo. Entonces, ¿será president en breve? Puede ser. O no. Porque Carles Puigdemont se resiste a aceptar que el secesionismo está en horas bajÃsimas y que otra etapa llama a la puerta del Palau. Por eso se ha sacado del bolsillo el recuerdo de las 155 monedas de plata que tanto le pesan desde hace años y con las que, de alguna forma, pretende colocar a ERC en un brete aún mayor del que tiene encima. Me explico.
Los catalanes han dado a Salvador Illa una oportunidad única. Con 42 diputados, la primera victoria del PSC en votos y escaños desde la recuperación de la Generalitat, no hay ninguna mayorÃa polÃticamente posible que no pase por su liderazgo. Este hecho, sumado a que es el candidato que más escaños ha logrado en solitario en la última década, deberÃa hacer posible que Illa forme gobierno. Con los resultados en la mano, lo podrÃa conseguir pactando con Junts, sobre todo si Carles Puigdemont se retira como anunció tras conseguir un resultado discreto que no le permite aspirar a la investidura si no es con un acuerdo bajo mano con el PSOE. Lo podrÃa conseguir Illa también con Esquerra y Comuns, pero el batacazo de los republicanos requiere de mucha terapia interna para forjar un acuerdo como este. Y lo podrÃa conseguir si Junts y Esquerra asumieran los resultados y se abstuvieran dejándolo gobernar al menos mientras funcione la mayorÃa de la investidura en las Cortes y se haga efectiva la amnistÃa. Catalunya se merece, tras una década de vaivenes emocionales e institucionales, una cierta estabilidad, si puede ser basada en un acuerdo transversal que incluya a partidos que han estado a uno u otro lado de la confrontación independentista y, si es posible, que tenga una cierta coherencia en las polÃticas que se propone realizar. El tiempo de convivencia entre Junts y Esquerra no ha dado casi nada bueno para el paÃs y ha acabado por perjudicarlos. Se trata de no repetir errores del pasado.
Catalunya se prepara para dar la primera dentellada a la propiedad privada en el ámbito inmobiliario, con la expropiación de cinco viviendas vacÃas propiedad de grandes tenedores situadas en Valls i Cornellà . La medida se esperaba desde hace meses, después de que en verano el Govern redujera de diez a cinco el número de pisos que convierte a un propietario en gran tenedor.
Telegrama de urgencia del 12M. A diferencia de hace más de tres años (14F), el independentismo no suma y, en consecuencia, no sigue. La llamada mayorÃa del 52% en realidad, del 48% que reivindicaban ERC; JxCat y la CUP se queda ahora por debajo del 40% y a 9 escaños de la mayorÃa absoluta del Parlament (68 escaños). Técnicamente, tampoco la alcanza con Aliança Catalana, la ultraderecha independentista de SÃlvia Orriols, que irrumpe en la Cámara con 2 diputados. Stop.
Una de las constantes de la polÃtica catalana desde 1984 es que en las elecciones al Parlament siempre ha habido una mayorÃa nacionalista que desde 2012 mutó a independentista. Esta circunstancia ha permitido que desde la recuperación del autogobierno Catalunya siempre haya sido gobernada por nacionalistas o independentistas incluso tras las elecciones de 1980, las únicas en las que no se dio esa mayorÃa.
Pedro Sánchez es experto en ganar tiempo y Puigdemont necesita unos meses para que la amnistÃa pueda aplicarse y parece que ambos dispondrán del tiempo que precisan. El tripartito de izquierdas, aunque aritméticamente es posible, difÃcilmente podrá resucitar porque para que eso suceda deberÃa tener el visto bueno de Junts y eso no va a pasar porque el pacto entre los socialistas, Esquerra y los Comunes desalojarÃa a Pedro Sánchez de La Moncloa. Por si quedaba alguna duda sobre la viabilidad de un gobierno de izquierdas en su intervención, reconociendo la derrota, Pere Aragonès descarto cualquier posibilidad de formar un Tripartit III.
Un dÃa como hoy hace 76 años, Israel celebraba la vÃspera de ser reconocido como Estado. La Organización de Naciones Unidas, reconoció no solo que los judÃos debÃan tener una patria, también que el lugar era en palestina, la tierra prometida a Abraham en la Biblia. Desde el primer dÃa Israel tuvo que defenderse. Los árabes de aquellas tierras percibieron la decisión como una desposesión y apelaron a sus hermanos musulmanes para atacarles.
En la presentación del último libro que ha publicado el escritor y gestor cultural Àlex Susanna, uno de los asistentes, Antoni Puigverd, dijo de 'La dansa dels dies' que "destilaba una experiencia de felicidad, una serenidad". Es una apreciación tremendamente acertada que el propio Susanna habÃa insinuado poco antes. Al referirse a su dietario (uno más de la larga lista de cuadernos y apuntes del natural a partir de los cuales ha fundamentado una obra sólida, también en su vertiente poética) afirmó que este es un género literario de acción de gracias. Me parece una definición estrictamente cierta, porque el dietario (que, en este caso, se extiende entre febrero de 2021 y febrero de 2022) incluye observaciones, excursos, anotaciones de amigos visitados, fragmentos de una existencia Ãntima y experiencias artÃsticas y laborales, lecturas, constataciones de la insoslayable desaparición de los amigos que han fallecido, menciones a la muerte y reclamos a la vida que se derrama y se filtra, como los dÃas que son la excusa (los inevitables granos de arena que caen por la pendiente de las paredes del reloj) de cada una de las entradas.
Dice el presidente del Consejo Económico y Social (CES), Antón Costas, que la Unión Europea aún está a tiempo de decidir si a partir de ahora quiere ser "madrastra" o "hada madrina"; si quiere recuperar volver al comportamiento "rÃgido e inmisericorde" que mostró en la crisis de 2010 en forma de 'austericidio' o si prefiere perpetuar el papel más compresivo adoptado desde la crisis sanitaria del 2020 hasta nuestros dÃas.
¿Qué dirÃa el mundo si pasara lo que les voy a contar? Pongan de su parte un poco de imaginación y sÃganme.
El Ãndice de lectores entre los 14 y los 24 años alcanza el 74%. Eso dice el barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España 2023. Y en parte es por culpa de Raquel Brune (Madrid, 1994), una 'bookfluencer' que ha sumado una comunidad lectora de más de 800.000 seguidores en nueve años. Hace cinco saltó a la escritura, publicando la primera parte de una saga de fantasÃa urbana, 'Brujas y nigromantes'.
DistopÃa es una palabra atractiva. Rotunda. Las distopÃas muestran panoramas desoladores, en los que el ser humano ha arruinado su existencia. El estreno de 'El reino del planeta de los simios' es un buen recordatorio y el enésimo capÃtulo de aquella saga inspirada en la novela de Pierre Boulle, que impactó a finales de los 60 con la Estatua de la Libertad semienterrada y Charlton Heston maldiciendo nuestra estupidez. El primero en utilizar el término distopÃa fue, hace 156 años, el filósofo británico, John Stuart Mill. Más tarde serÃan Aldous Huxley y George Orwell quienes, con sus libros, conseguirÃan catapultar el universo distópico al imaginario popular con historias que siempre se nos antojaron lejanas. El otro dÃa, viendo 'Civil war' en el cine, me dio la impresión de que las distancias se han acortado demasiado. La pelÃcula de Alex Garland dibuja unos Estados, que de Unidos tienen poco, porque Texas, California, Washington... libran un combate sin cuartel, con matanzas y salvajadas por doquier. El director acierta no distinguir entre buenos y malos; hasta los uniformes de quienes se matan sin piedad son parecidos.
Afortunadamente, la ciencia polÃtica no sabe decirnos cómo decidimos nuestro voto. Sabemos que pesa la ideologÃa, aunque la caÃda de los bloques del siglo XX ha generado amplios consensos entre la socialdemocracia, el liberalismo y la antigua democracia cristiana que son con los que se gobierna Europa, donde se toman las principales decisiones que nos afectan. Sabemos que pesan nuestros legÃtimos intereses, hay polÃticas que nos benefician y otras que nos castigan, incluso en el caso de que las compartamos ideológicamente. Y sabemos que pesan nuestras emociones, como en casi todas nuestras decisiones. Hay quien se inclina por asegurar que ahora pesan más las emociones que la ideologÃa o que los intereses. Puede ser simplemente que ahora hablemos más de ellas. O que haya partidos polÃticos, desde la derecha o desde la izquierda, que nos empujan a votar únicamente desde las vÃsceras, sea desde el miedo o desde el resentimiento.
Los catalanes elegirán este domingo a sus representantes en el Parlament de Catalunya, que a partir de mañana mismo tendrán la tarea ya no de movilizar a sus respectivos electorados sino de llegar a acuerdos con quienes representan a diversas sensibilidades, ideologÃas, sentimientos y prioridades. Una tarea que requerirá más responsabilidad y flexibilidad que emocionalidad y proclamas irreversibles, vista la difÃcil aritmética que prevén los sondeos. DifÃcil, pero representativa de la compleja y plural realidad de Catalunya .
Tergiversar o redefinir el significado de las palabras es un viejo juego en el que la diplomacia destaca por su excelencia. En unos casos sirve para ocultar las verdaderas intenciones de quien las pronuncia y en otros hasta resulta útil para hacer lo contrario de lo que se sostenÃa un dÃa antes. Lo malo es que hoy ya se ha agotado la paciencia de quienes son tomados por tontos cuando se les pretende hacer tragar con ruedas de molino, y son muchas las vÃas para desmontar discursos impresentables. Y si antes no coló el intento de Washington de hacer pasar el golpe de estado de Abdelfatah al Sisi, en Egipto, por un paso en la transición hacia la democracia, para poder saltarse asà su propia legislación, que le impide ayudar a un gobierno golpista; hoy tampoco cuela el anuncio de la Casa Blanca cuando dice que dejará de entregar armas a Israel.
El periodismo nunca morirá, pero hoy existen motivos de sobra para hacerle una autopsia. Teodoro León Gross se ha puesto en modo forense y acomete la tarea en 'La muerte del periodismo' (Deusto), donde analiza el colapso de un sistema económico, la prensa tradicional, que sostenÃa una forma de hacer periodismo muy cara, muy precisa y muy importante. Grandiosas investigaciones que llevan meses de trabajo sin que los periodistas se dediquen a otra cosa, voz perentoria y escuchada en los editoriales y las secciones de opinión, capacidad de influencia directa sobre la opinión pública y vacunas contra la polarización polÃtica: son algunos de los elementos que León Gross señala como fallecidos o en vÃas de desaparición.
Nos paren una vez y nos parimos unas cuantas veces más a lo largo de la vida. A veces, por necesidad o por ganas de mejorar, nos aplicamos un "a partir de ahora". Renacer, nos reformulamos, intentamos cambiar, nos esforzamos, nos ilusionamos. A veces nos enfadamos y decimos basta ya, a partir de ahora
Si pudiera teletransportarme, si lo cotidiano no fuera a veces tan lioso, el lunes por la tarde estarÃa en Madrid, en concreto en la librerÃa La Mistral, a las 19 horas, como un clavo bien peinado, para escuchar a dos escritoras a las que aprecio y cuya inteligencia admiro: Rosa Montero y Claudia Piñeiro. Coinciden en la mesa de novedades sus Cuentos verdaderos’ y Escribir un silencio’, ambos en Alfaguara, libros que reúnen crónicas y reportajes publicados en el diario El PaÃs’, en el caso de Montero, y columnas de prensa aparecidas, en el de Piñeiro, en periódicos argentinos como ClarÃn’, La Nación’ y Página 12’, además de discursos pronunciados en ferias del libro y cátedras universitarias. Textos de no ficción, aunque ambas autoras están, por encima de todo, poseÃdas por el demonio novelesco. Palabras hiladas en su momento con urgencia de la vida pero que siguen hablándole al presente.
Hay galas, galas y LA GALA. Y es que la gala solidaria People in Red que desde hace 14 años, organiza el doctor Bonaventura Clotet y su equipo, encabezado por Laura Duran, es la mejor gala que se celebra en Europa. Solo una en BerlÃn, por la misma causa, la supera en recaudación, pero nunca por convocatoria y organización. En la People in Red uno puede encontrarse desde el alcalde Jaume Collboni, al portero del Barça Ter Stegen y el presidente de CUPRA, Wayne Griffiths hasta a Joan Manel Serrat, pasando por el chef Nandu Jubany en los fogones o la espectacular modelo e influencer Jessica Goicoechea en el photocall. A ellos o al entrenador Rafa Márquez y su esposa, la modelo Jaydy Michel, dándose un baño de masas. Otros, por el contrario, pasan más desapercibidos. Por ejemplo, Anna Lewandowska, la pareja del futbolista del Barça que tiene casi seis millones de seguidores y asistió sola o Marcela Topor, la esposa de Carles Puigdemont que casi nadie dio con su presencia.
El presidente del Instituto de Empresa Familiar, Ignacio Rivera (Estrella de Galicia) le dijo a Pedro Sánchez en la asamblea del IEF: Necesitamos un clima polÃtico más sosegado y una democracia en la que quepamos todos. Antes Sánchez habÃa elogiado la aportación de estas empresas a la economÃa y al empleo. Era la primera vez en cinco años que Sánchez asistÃa a este conclave y el 2023 hubo un choque sonado cuando el Gobierno atacó la decisión de Rafael del Pino -socio del IEF- de que Ferrovial cotizara en Wall Street.
Hace poco conversaba con alguien acerca de las excesivas normas que nos imponen en esta ciudad a cada una de las iniciativas que uno quiere desarrollar. Alquilar un local, me decÃa un amigo que pretende reunir a grupos de artistas de todo el mundo, supone la obligación de colocar tal cantidad de elementos de seguridad que encarecen la iniciativa hasta el punto de tenerse que replantear su viabilidad. Tengo la impresión de que en Barcelona para cualquier iniciativa existen más normas y regulaciones que en otras ciudades de España.
Dar un paso adelante, asomarse a la esfera pública y quedar expuesta, se ha convertido en una actividad de riesgo si, en especial, eres mujer. La violencia digital es la punta de lanza del odio que abunda en una sociedad cada vez más polarizada, con unos patrones que discriminan y enfangan, proyectan sombras largas, sobre todo cuando afecta a mujeres con una voz fuerte, libre, que denuncian la desinformación, ya sea el negacionismo climático o las pseudociencias. Está pasando. Un manifiesto impulsado por tres mujeres periodistas, entre ellas Valentina Raffio de EL PERIÓDICO, ha puesto de manifiesto una escalada de odio cargado de misoginia sin precedentes.